sábado, 27 de febrero de 2010

La voz de Dios

Jehová volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, vino adonde estaba Elí y le dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate le respondió Elí. Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. 1 Samuel 3.6–7

Hay dos observaciones interesantes que se desprenden de este incidente en la vida del joven Samuel. En primer lugar, podemos afirmar que la voz con la cual Dios le habló al niño era tan parecida a la voz de Elí, que él llegó a confundirlas. ¡Solamente en las películas Dios habla con acento de España, y su voz retumba y resuena por los aires! En la vida real, las maneras en que Dios nos habla son fácilmente confundibles con las voces de otros, o aun con nuestras propias voces.
En segundo lugar, debemos detenernos un momento en la frase «Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada». Lo que vemos aquí es la descripción de un novato, una persona que estaba iniciando el proceso de aprendizaje que eventualmente lo convertiría en el gran profeta y juez de Israel.
Entender esto es importante. Hay un sentir en el pueblo de Dios de que la espiritualidad es algo que se hereda, o que se puede adquirir por la imposición de manos. Muchos creyentes andan de reunión en reunión buscando ese «toque» especial o esa «unción» que les convertirá automáticamente en grandes varones o mujeres de Dios. Se han convencido que la grandeza de las ilustres figuras en la historia del pueblo de Dios tenía que ver con alguna visitación especial hacia sus personas, o la posesión de algún don extraordinario que los apartaba de otros seres normales como nosotros.
La verdad es que la vida espiritual es algo que se cultiva por medio de un proceso disciplinado. Al igual que en el desarrollo del cuerpo físico, mucho del crecimiento espiritual que ocurre en nuestra vida depende de elementos que realmente no controlamos. A veces, ni siquiera entendemos las misteriosas operaciones que resultan en la transformación de nuestro corazón. Lo que sí es claro, es que hemos sido llamados a caminar en fidelidad con nuestro Dios y debemos permitir que él nos vaya conduciendo hacia la madurez.
En este sentido, no hay grandes saltos, ni avances repentinos. Ocasionalmente experimentamos visitaciones extraordinarias de su presencia, pero el crecimiento espiritual normal en nuestras vidas es producto de un proceso lento y pausado. A esto se refería el autor de Hebreos cuando escribía: «el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (Heb 5.14). Tome nota de la frase «por el uso». Otras versiones lo traducen «por la práctica». Sea cual sea la traducción, todas apuntan a un proceso de aprendizaje que incluye aun el equivocarse, como lo hizo el joven Samuel.

Alguien alguna vez observó: «Todos quieren ser algo en la vida; pero nadie quiere crecer». ¿Qué pasos está tomando para entender mejor los misterios de la vida espiritual? ¿Cómo «practica» para que sus sentidos estén ejercitados para discernir entre el bien y el mal?