viernes, 9 de julio de 2010

La esperanza del miserable

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Romanos 7.24–25

Lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago… no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (Ro 7.15, 20).

¿Quién de nosotros no se ha sentido identificado con la descripción tan acertada que hace Pablo de la lucha que tenemos con el pecado? Leemos este pasaje y no podemos evitar exclamar: ¡ese soy yo! Este es el calvario diario de nuestra existencia. Nuestro espíritu anhela todo aquello que es bueno y puro; pero nuestro cuerpo está gobernado por una ley que, en ocasiones, parece indomable. A cada rato sentimos las insinuaciones seductoras del pecado, invitándonos a caminar por el camino que aborrecemos. ¡Miserable de nosotros!
La pregunta del apóstol, ¿quién nos librará de este cuerpo de muerte?, no es tanto una pregunta teológica como la frustrada exclamación de quien se siente agobiado por la constante lucha con la carne. Esta pregunta refleja su agonía personal.
Debemos prestar mucha atención a la respuesta, pues en ella encontramos la libertad que tanto anhelamos. La solución a nuestra lucha no es un programa sino una persona: CRISTO JESUS. Esto contradice toda nuestra formación, pues somos parte de un pueblo que ha construido su existencia sobre «el hacer». Nuestra filosofía privilegia el movimiento y la acción decisiva, sobre la pasividad y la quietud. Cuando se nos presenta un desafío, nos informamos acerca de las formas más eficaces de hacerle frente y luego intentamos avanzar confiadamente hacia la conquista del problema. Creemos que la cuota indicada de esfuerzo y perseverancia harán que los obstáculos desaparezcan. En muchas esferas de la vida ocurre así. Mas el pecado no se resuelve con ningún programa, tampoco cede frente a los persistentes embates de la disciplina. El pecado es una realidad que no podemos vencer.
¿Quién nos puede librar? ¡Cristo Jesús, Señor nuestro! ¿Cómo lo hace? ¡No sabemos!, pero él es la solución para nuestra lucha. Una vez más viene a nuestra mente la imagen de Cristo agonizando en Getsemaní. Su lucha es la nuestra: el espíritu quería someterse a la voluntad del Padre, pero la carne se rebelaba contra este deseo. ¿Cómo solucionó su dilema? Buscó el rostro del Padre. No vemos ninguna manifestación física del Espíritu en esta escena. No somos testigos de ningún accionar dramático en la vida de Cristo. Solamente lo podemos observar derramando su dilema delante del Padre. Luego de volver por tercera vez, su lucha terminó. La paz se había instalado en su interior. La carne se había sujetado al Espíritu.
Quizás es lo misterioso del proceso lo que crea en nosotros una resistencia a aceptar una solución tan sencilla. Sin embargo, no podemos escapar de esta realidad. La exhortación de la Palabra es que le busquemos a él. No pongamos nuestra esperanza en un programa de cinco pasos fáciles, ni en un libro, ni tampoco en un curso. ¿Quién puede librarnos? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro!

¿Qué siente cuando hace lo que no quiere? ¿Qué pasos da para solucionarlo? ¿Cómo participa Cristo de esta solución?

miércoles, 7 de julio de 2010

Pastores, no señores

Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros… no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. 1 Pedro 5.2–3

Entre los problemas que más frecuentemente anulan el ministerio del pastor está la tendencia a confundir la responsabilidad pastoral con un llamado a adueñarse de la vida de los miembros del cuerpo de Cristo. Probablemente esta postura sea la que más ha contribuido a frenar los proyectos del reino y a dañar profundamente la vida espiritual de los hijos de Dios.
El pasaje que leimos contiene un llamado a apacentar la grey de Dios. La palabra «apacentar» comunica el concepto de bondad, ternura y tranquilidad. Quien ha tenido la oportunidad de observar a un pastor de ovejas habrá notado que, de todos los trabajos que involucran el cuidado de animales, este es el que requiere mayor mansedumbre y sosiego. La oveja es un animal indefenso que fácilmente se mete en problemas. El buen pastor la conduce con un espíritu apacible y contagia al animal su propio comportamiento lento y pausado. Los movimientos violentos y agresivos tienden a espantar al rebaño.
A modo de aclaración, el apóstol Pedro específicamente instruye a los ancianos a que no se enseñoreen de la grey. El diccionario define el término como «controlar, subyugar, ejercer dominio, imponerse». Estas definiciones revelan un agresivo espíritu de competencia que busca una posición de supremacía sobre los demás; viene acompañado del mensaje implícito de que el pastor merece esa posición de superioridad por ser mejor que los demás, ya sea por su rol, por sus dones o por su llamado.
En la práctica, esta actitud produce congregaciones llenas de tensiones. La palabra del pastor no puede ser cuestionada porque tiene mayor autoridad que los demás. El pastor tiene derecho a decidir por los demás, sin darles la oportunidad a que piensen o participen en el proceso. Puede imponer cambios en la congregación sin consultar a nadie, simplemente por ser el pastor. Todas las decisiones que los demás quieran tomar deben ser autorizadas por su persona. Nadie puede avanzar en un proyecto si él no ha dado su «visto bueno».
Usted ya se habrá dado cuenta que esta situación tiene matices bastante enfermizos. No obstante, es muy triste ver la cantidad de congregaciones que funcionan con estos parámetros. Pedro ofrece una alternativa a este modelo: que el pastor/anciano sea de ejemplo. En este enfoque el énfasis está en la vida del líder. Lo llama a estar más preocupado por su propia conducta que por vigilar si los demás lo obedecen o toman en cuenta. La razón es sencilla: el factor que más afecta el proceso de transformación en los demás es el impacto de una vida santa. El pastor no debe obligar a los demás, sino que, con su propia devoción, debe influenciarlos para ser como Cristo. ¡Qué tremendo desafío! Pero bien vale la pena invertir en este estilo de liderazgo. ¡Las personas a las que usted ministra jamás serán iguales!

¿Qué clase de líder es usted? ¿Cómo lo describirián las personas que lo conocen? ¿Qué cosas necesita hacer para ser más pastor y menos «señor»?