sábado, 12 de junio de 2010

Dar con sacrificio

Arauna dijo a David: Tome y ofrezca mi señor el rey lo que bien le parezca; ahí tienes bueyes para el holocausto, los trillos y los yugos de los bueyes para leña. Todo esto, oh rey, Arauna lo da al rey. Luego dijo Arauna al rey: Jehová, tu Dios, te sea propicio. El rey dijo a Arauna: No; la compraré por su precio; porque no ofreceré a Jehová, mi Dios, holocaustos que no me cuesten nada. Y David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata. 2 Samuel 24.22–24

El Señor había instruido a David, conforme a la palabra del profeta Gad, que subiera a la era de Arauna, Jebuseo, para ofrecer un sacrificio que detuviera la plaga que había caído sobre Israel por causa del censo del pueblo. Cuando llegó a la casa de Arauna este le dio libertad de escoger todo lo que quisiera de entre sus pertenencias, para realizar el holocausto necesario. En la respuesta de David observamos dos importantes principios.
En primer lugar, hemos de notar que como rey se podría haber servido de lo que quisiera. Era uno de los «privilegios» que acompañaba la investidura que llevaba. Es más, el mismo Arauna le ofreció al rey, de su propia voluntad, que se sirviera libremente de sus pertenencias. Mas David entendía que a un gobernante le correspondía velar por los derechos de los demás, haciendo a un lado privilegios que podían ser perfectamente legítimos. A mayor autoridad, mayor cautela en el uso de ella, de manera que los más débiles no sientan que se aprovechan de ellos.
A muchos pastores les vendría bien recordar que la posición que ocupan está acompañada por un llamado a ser extremadamente cuidadosos a la hora de ejercer algún privilegio especial con los que pastorean.
En segundo lugar, David se rehusó a tomar de lo que Arauna le ofreció, porque entendía que los sacrificios que no tienen precio no tienen validez para la vida espiritual. Este principio tiene especial importancia porque con frecuencia damos no de lo que nos cuesta, sino de lo que nos sobra. Lo que sobra, sin embargo, rara vez duele, precisamente porque no lo necesitamos.
Pero ¿por qué es importante que nuestra ofrenda tenga una cuota de sacrificio personal? En la respuesta a esta pregunta radica la esencia misma del reino de Dios. El precio por resolver la situación pecaminosa del hombre fue la vida del Hijo de Dios. Es un precio sumamente elevado porque las dimensiones del problema son de una gravedad absoluta. Las soluciones fáciles son el resultado predecible de considerar con frivolidad la realidad del ser humano. Y quien considera con liviandad la problemática del pecado está condenado a seguir atormentado y atado por sus devastadores efectos en la vida. Solamente cuando estamos dispuestos a acompañar el sacrificio de Cristo con una devoción que exige la negación de uno mismo, veremos un fruto genuino en nuestra vida espiritual. David entendía esta realidad, y por eso ofrendó con sacrificio.

«Una religión que no cuesta nada, tampoco vale nada». J. C. Ryle.